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El Poder de Esparta


l ejército persa avanzó hacia las Termópilas. Fue entonces cuando los exploradores informaron a Jerjes de lo que allí encontraron. Delante de la empalizada que cerraba el desfiladero, delante y no detrás un grupo de guerreros con capas color carmesí trenzaban sus largos cabellos esperándoles impacientemente. Jerjes enfurecido pensó que seria fruto de la arrogancia griega, una bravuconada más. Como si la lógica dictase que 200.000 guerreros debían de temer a 300 espartanos.

El rey Leónidas comandaba un pelotón de 7.000 griegos apostado detrás de la empalizada de las Termópilas, habiendo traído consigo 300 espartanos como guardia real. Jerjes les dio tres días para rendirse. Pasado el plazo, envió un heraldo para informar que el temible ejército atacaría a la mañana siguiente, indicando a Leónidas que si entregaba sus armas, el Emperador se apiadaría de sus hombres y lo colmaría de poder y riquezas. pero él contestó lacónico, ”Si Jerjes quiere nuestras armas, que venga a buscarlas”.

Esparta era un pueblo nacido por y para la guerra, practicaban la Eugenesia y nada más al nacer, el niño espartano era examinado por una comisión de ancianos en el Pórtico, para determinar si era hermoso y bien formado; de no ser así, se le consideraba una carga para la ciudad y se le conducía al pie del monte Taigeto, donde se le arrojaba a un barranco. Los que pasaban la prueba lo confiaban a su familia para que lo criara, siempre con miras a endurecerlo y prepararlo en condiciones paramilitares, para su futura vida como soldado.

Al tercer día, cuando el sol despuntaba en el horizonte, en el frío silencio del amanecer, Jerjes lanzó sus tropas contra los griegos. La marcha del gran ejército hacía estremecer la tierra, los espartanos esperaban impasibles. Los persas acometieron su primer ataque contra la falange espartana. Como el martillo que golpea al yunque, se estrellaron contra 300 hombres sin que cediesen un palmo su posición. Ataque tras ataque. Oleada tras oleada, hora tras hora. El ejército persa se estrellaba una y otra vez contra las líneas lacedemonias.

Las bajas eran numerosas, se lanzaban a muerte contra la formación espartana, soldado tras soldado, hombre tras hombre perecían ensartados en las lanzas griegas con aullidos de agonía. La falange de Leónidas se mantenía inquebrantable como un grueso muro de granito. Al final del día las perdidas persas se contaban por centenas. Jerjes no podía creerlo, estaba furioso, ese maldito Leónidas pagaría caro su osadía.

Se decía que el grandioso imperio contaba entre sus tropas de élite con los llamados Inmortales. Sombríos guerreros sanguinarios que jamás habían perdido una batalla, 10.000 hombres en un grupo que nunca bajaba de ese número. Si uno caía muerto, herido o enfermaba, rápidamente era sustituido. Las leyendas que se contaban sobre estos soldados habían viajado por todo el mundo.

Los hijos de Esparta permanecen impasibles esperando el nuevo día. Los inmortales se lanzaron con la firme intención de abrirse una brecha en la falange lacedemonia, era imposible. Los espartanos les vacilaban, fingían batirse en retirada para que los inmortales les persiguiesen rompiendo su formación, cuando de repente, se daban la vuelta recuperando la falange y pillaban por sorpresa a los persas, convirtiéndolos en cadáveres. A lo largo de todo el segundo día, las tropas de élite trataron de forzar la resistencia espartana.

Desde el amanecer hasta la caída del sol. Embestida tras embestida. Combate tras combate. Sangre, muertos, gritos, órdenes, ataques, retiradas, maldiciones. Aliados de Esparta que caen bañados en sangre, compañeros de por vida se lanzan contra el enemigo y terminan atravesados por dos, tres, cuatro espadas. Heridos que gimen antes de morir, estertores, alaridos de dolor, sangre y acero. Más muerte, pero nadie abandona su puesto, Esparta no retrocede, no se rinde. Al camarada que cae delante los vengan los que vienen detrás. La formación resiste, la formación aguanta. Da un paso al frente y ataca, la formación se vuelve a cerrar. Los persas se estrellan con furia contra la falange erizada con lanzas. No pasan, no pueden pasar, no deben pasar. Si lo hicieran, quedarían a la retaguardia de la flota y esclavizarían a la minúscula Grecia.

Al caer la noche Jerjes contempló su ejército desesperado, que podía hacer para torcer la voluntad de Leónidas, todos sus intentos por destruir las defensas griegas estaban siendo inútiles, estaba atascado y los espartanos no solo vencían a sus soldados, si no que además estaban cercenando la moral de sus tropas. La flota persa se dispuso a rodear Eubea, para destruir la armada helena y atacar a las Termópilas por el flanco, desembarcando y tomandolos por la retaguardia. Al Emperador le quedaba al menos esa esperanza.

Pero al tercer día, se desvaneció. La diosa de la fortuna se alía con los justos, mientras bordeaban la isla una nueva tormenta acabo con prácticamente toda la armada persa. No había opción, solo podía forzar las Termópilas mandando todo su ejército, jugarse el todo por el todo para forzar la empalizada griega.

Jerjes rompió en cólera y toda su maquinaria volvió a ponerse en movimiento, oleada tras oleada, ataque tras ataque, en una agónica letanía de lucha y opresión. Los espartanos resisten. Los espartanos no ceden terreno, las Termópilas sigue inexpugnable. Parece que halla 10.000 hombres en lugar de 300. Tres días de combate, tres días manchados de sangre y dolor. Muerte, más muerte. Miles de esclavos persas yacían difuntos sobre los pies de Esparta.

Y en ese momento cuando Jerjes había perdido toda esperanza, cuando el gran rey no sabía como salir de la situación, un factor inesperado, un susurro ruin en la noche, una sombra en la oscuridad que cambio el curso de la historia, un traidor. Efialtes, la historia te recuerda y te señala.

El desertor le informó que existía una senda, que rodeando el monte Kalidromos, salía al otro lado del paso, donde sorprenderían a los espartanos por la retaguardia. Jerjes envió a su general Hidarnes con un ejército durante la noche atravesando el sendero. Al amanecer, en el campamento griego podía verse la larga hilera de enemigos persas descendiendo desde la montaña, era el fin. En poco tiempo el camino hacia Atenas quedaría cerrado y el angosto desfiladero de las Termópilas se convertiría en una trampa mortal.

Leónidas era consciente, debía actuar sin perder un instante y le quedaba muy poco tiempo, en aquel momento sabía que el destino de Grecia estaba en sus manos. 7.000 hombres era todo cuanto había en las Termópilas, el resto estaba en Artemisión. Envió un espartano como emisario para que la flota helena abandonase la costa y se dirigiese lo más rápidamente posible al sur, debían defender la provincia de Atenas.

Las Termópilas no podían caer, tenia que ganar tiempo o el ejército persa atacaría en la retaguardia de la armada griega y la destruiría. Leónidas lo supo, todos sus soldados morirían esa misma noche, por lo que anunció: "Espartanos, desayunad bien. Porque esta noche cenaremos en el infierno!. Mandó que todos los griegos se marchasen a Atenas mientras el camino aun estuviese abierto. Él se quedaria junto a sus 300 espartanos para defender las Termópilas. 700 tespios no se fueron, pidieron permiso a su rey para que les permitiese el honor de luchar junto a él, de morir junto a él.

La armada helena abandonó Artemisión, muchos de ellos miraron hacia la costa, muchos tocaron su pecho y alzaron el rostro en señal de admiración, sintiendo que muy cerca, Leónidas y sus hombres no iban a esperar que la muerte fuese a buscarlos. Se lanzaron contra los persas antes de que Hidarnes pudiese caer sobre ellos. No esperaron, quizás hubiesen podido prestarles batallas y haberse retirado hacia el sur. Pero eran espartanos, y Esparta no huye.

Guerreros y esclavos cayeron sobre los griegos pero esta vez, los generales no iban adelante. Venían detrás, la masa del ejército de Jerjes hubo que empujarla a latigazos para que se enfrentaran de nuevo a los espartanos. Arreados como una manada de animales camino del matadero, muchos cobardes persas cayeron al mar, y otros perecieron pisoteados por su propia tropa.

Los espartanos resistieron la avalancha hasta que se destruyeron sus escudos y se quebraron sus lanzas, entonces cuando podían sentir el aliento del ejército en su rostro, desenvainaron sus espadas y siguieron atacando, pero Leónidas cayó. Un centenar de persas se arremolinaron en torno a su cuerpo sin vida, un tumulto surgido de las fauces del infierno trataba de llegar hasta él, pero los espartanos, sus hombres, arrebataron al Rey de sus garras, defendieron su cadaver y hasta cuatro veces batieron en retirada a los soldados de Jerjes.

Entonces llegó Hidarnes junto al fin de las Termópilas. Los griegos continuaron luchando hasta su último aliento y se replegaron contra la montaña para no caer entre dos fuegos, pero incluso en esta situación, con un puñado de tespios y espartanos arrinconados por un temible imperio, los persas no se atrevieron a acercarse y acabaron con sus enemigos a flechazos y lanzadas. El angosto paso de las termopilas se abrió camino ante la divinidad de Jerjes.

Leónidas dio tiempo a las tropas griegas para replegarse en Atenas. Arrancó la voluntad y cercenó el espíritu del ejército persa, en las pesadillas de los hombres de Jerjes estaría siempre presente el escudo Lacedemonio. Cuentan los manuscritos que la cabeza del legendario Rey de Esparta fue cortada por orden del Emperador, y su cuerpo fue crucificado.

Un puñado de hombres, héroes, lo sacrificaron todo por el deber de proteger su patria, por legar un destino cierto a hermanos, padres e hijos. La batalla duró cinco días y los persas consiguieron derrotar a los temidos espartanos, pero éstos ya habían retrasado notablemente el avance persa, diezmado la moral de su ejército, causando considerables pérdidas y dando tiempo a los demás griegos para evacuar sus ciudades y preparar la defensa. La armada que lograría la victoria en Platea por tierra, y en la histórica Batalla de Salamina por mar, consiguiendo que las aspiraciones de Persia por dominar la Hélade quedaran deshechas, y el glorioso imperio totalmente desquebrajado.

Una estatua de Leónidas, quien combatió hasta la muerte, y otra dedicada a los tespios, recuerdan el coraje de los griegos que allí lucharon contra los invasores persas. Bajo la figura del rey hay una inscripción en la que indica “Moloon labé” (venid a buscarlas), y al otro lado del camino, sobre el montículo donde cayeron los últimos defensores del paso, existe una placa que enuncia:

Viajero: si vas a Esparta,
dile a los espartanos que aquí yacen sus hijos,
caídos en el cumplimiento de su deber.

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