Oscuros Comienzos

astante poco es lo que se conoce sobre los albores de la Historia, de los tiempos en que los hombres aún no eran hombres y las civilizaciones eran sólo un sueño en la mente de alguna bestia. Sin embargo, los cronistas nemedios han sabido leer entre las líneas de las leyendas para aclarar un poco los orígenes de la antigua era.

Cuando los viejos continentes se elevaron temblando sobre el mar dominaron las tinieblas. Seres de un salvaje primitivismo comenzaron a deambular por la inhóspita superficie del mundo en el comienzo de los tiempos, y nada se sabe de los miles de años que tardaron en agruparse en clanes ni cuándo consiguieron elevar la primera y tosca muralla en señal de civilización.

Bajo el hálito de los dioses, las primeras razas poblaron el mundo. Una raza arcaica llegó del este, del continente sin nombre, seres de piel lechosa y ojos fríos, de pelo dorado, fino y brillante, de los que anticipó su venida el gran Ka, el Pájaro de la Creación, que voló sobre el territorio llamado Thurio aquel día, y que volverá a hacerlo el día del fin de los tiempos.

Poco tardaron en llegar los altivos hombres-serpiente, horrendos seres capaces de adquirir apariencia humana para sufragar sus ansias de sangre, asentándose por toda la tierra cuando Atlantis y Lemuria eran pequeñas islas sin nombre.

Pero las ínsulas atadas a las profundidades del mar aflorarían. Al oeste, la Atlántida se pobló de hombres y mujeres de aspecto salvaje pero noble. Al noreste las islas lemurias, de vigorosas gentes. También en occidente, pero más lejos en el océano, emergieron las Islas de los Pictos, habitadas por individuos de aspecto bronceado descendientes directos de la Antigua Raza. Son estos hombres los que fundaron la sanguinaria Era Thuria.

Hubieron otros clanes apartados. Los del sur, una civilización pre-humana, los del sudeste, aquellos pueblos aislados y colonizados por involuciones indígenas, los de los desiertos y selvas, que no lograron avanzar en su evolución y se rindieron al salvajismo... En esa antigüedad arcana y neblinosa proliferaron los diablos voladores, criaturas encarnizadas, monstruos de las cavernas, demonios sin fin. Por fortuna todos desaparecerían tras cientos años de vivir apartados y sólo persistirían en aquella época los atronadores hombres-serpiente.

Los nuevos habitantes, deseosos de nuevas tierras para sus hijos, batallaron contra los temibles seres por el dominio del mundo. La humanidad prevaleció y se escudó de los ofidios, pero los engendros volvían siempre a acechar a los hombres de la nueva época Thuria bajo el culto bífido y horrendo de Set.

Durante incontables guerras, aparecieron las primeras provincias y fortalezas aguantando las embestidas de tribus salvajes, los bárbaros se fueron apoderando de los territorios, mientras los fervorosos a Set, habitaban apartados forjando su índole y veneración en los rincones más sombríos. Muchas regiones fueron pisoteadas por fuertes imperios comandados por las grandes ciudades, donde destacó glorioso el mítico reino de Valusia, gobernado por Kull el Conquistador.

El hijo de los tigres, así era conocido Kull de Atlantis, el legendario guerrero del trono cuya bravura fue recordada ejerciendo sobre las injurias de los oscuros nigromantes que deambulaban el antiguo territorio. Trató de eliminar las viejas leyes establecidas de antaño que segregaban a la sociedad en castas, repudió los sacrificios humanos y persiguió a la nobleza enviciada. El atlante marcó la inflexión entre el esplendor y la decadencia de la era Thuria.

En ese período comenzó a florecer la civilización, donde se desarrollaron las grandes culturas de Atlantis, Lemuria, Grondar y Thule entre otras. Pasaron varios siglos, y tras la muerte del Rey Kull, un gran movimiento de tierras convulsionó el mundo. Volcanes y terremotos desquebrajaron la orbe, zonas del continente thurio se anegaron, las islas pictas se desplazaron elevándose, la ínsula de Lemuria fue tragada por el mar, y también Atlantis; empero no desaparecieron sus gentes. Una colonia de pictos sobrevivió estableciéndose en la zona meridional del continente, los atlantes escaparon en balsas por miles; y muchos descendientes de Lemuria huyeron hacia la costa oriental, una zona que había quedado relativamente intacta.

Los lemurios fueron sometidos por la raza que habitaba en su nuevo hogar de adopción permaneciendo esclavizados durante milenios. Los atlantes se vieron invadidos por hombres primates (dicen que descendientes de las gentes de Grondar, transformadas en su huida hacia el norte entre la desesperación y la locura), y tuvieron que sobrevivir como artesanos del metal para hacerles frente. Los pictos proliferaron con rapidez, pero sufrieron los rigores de un inexorable embrutecimiento, hasta alcanzar un estado prehumano.

De esa abominable manera la vetusta era Thuria pasó a ser conocida como la Era Precataclísmica, debido al enorme cataclismo que estremeció la Tierra, fragmentándola. Atlantis y Lemuria se hundieron en los océanos, y otras nuevas tierras surgieron de las aguas. Al ciclo ulterior a esta devastadora catástrofe se le nombró como Era Hyboria.

En los tiempos posteriores, las antiguos pueblos migraron al renacido continente formado, y junto con otras castas de semejantes que allí habitaban, combatieron en interminables contiendas y desarrollaron extensas civilizaciones sobre el cicatrizado territorio. Algunos de estos conflictos perduraron largos decenios, denigrando a algunas razas de hombres hacia un estado decadente.

Después de muchas centurias surgieron los grandes reinos de Hyboria. Colmados de esplendor como Nemedia, Corinthia, Zíngara y Argos, poseedores de inmensas riquezas y robustos ejércitos, elogiando a la vigorosa Aquilonia, la nación más poderosa del nuevo imperio. Al sur, el oscuro reino de Stygia, fundado por los sojuzgados lemurios que se rebelaron contra sus opresores de la Raza Antigua y los desterraron hacia el noroeste. Era renombrada como la tierra de las serpientes, por su pleitesía a los eternos cultos del dios Set.

Otras naciones como Vendhia o Turán, fueron decrépitas y opulentas pero de gran poder, adoradores de maléficos demonios y lóbregos dioses, escogían entre la modesta plebe para realizar ritos e inmolaciones, mientras se envolvían en las misteriosas nieblas de la magia negra.

Reinos nómadas como Hyrkania, situado al oeste del Mar de Vilayet, donde nació la fiera mercenaria de apabullante belleza, Red Sonja, conocida como la diablesa con espada. Estos dominios fueron afamados por sus vastos y malditos desiertos, y por sus aldeas que asentaban cercando la orilla occidental, en cuyos mercados guardaban las mercancías más exóticas de la lejana época.

A pesar de las tinieblas que deambulaban en esas tierras, Aghrapur, la capital de Turan, era una ciudad cuya majestuosidad escapaban de la imaginación de los mortales. Con grandes palacios de mármol y alabastro, reluciendo con dorado fulgor, junto a gigantescos templos honrando a su desalmado dios Elrik, el señor del trono negro, vigorizado por enormes columnas y pilares que se alzaban hasta alturas inconcebibles. Mientras que en las cercanías, en torno a la provincia de Zamboula, las hermandades más bajas adoraban al obsceno dios simio Hanuman.

Hubieron algunos reinos que sólo fueron quimeras para las civilizaciones de occidente, como el frondoso Khitai, región selvática y poblada, donde se decía que entre sus habitantes existían diversas brujas y hechiceros, realizando horribles pactos con criaturas y espectros pertenecientes al mundo del averno.

Situados al norte, se establecían los respetados pueblos bárbaros forjados por los antiguos atlantes. Como la temeraria región de Cimmeria, lugar de apenadas montañas y oscuras arboledas, cuyos guerreros eran férreos, melancólicos y desconfiados. Y más hacia el norte, Asgard, Vanaheim e Hyperbórea, tierras inclementes de nieves perpetuas, ensalzadas por las feroces leyendas que avivaban los oídos de sus pobladores, bajo la mirada del implacable Crom.

El más extenso reino norteño fue Nordheim. Una tierra fría de hielo y nieve, de turgentes montañas que rasgaban el cielo. Sus habitantes eran duros, altos y robustos, de cabellos rubios y pelirrojos, barbudos guerreros que amaban las batallas y el combate. Rezaban a Ymir, señor de las tormentas, que vivía en el feudo de los dioses devorando los corazones humeantes de sus invasores. Sobre los montañosos y helados territorios no ejercía ningún soberano, los fuertes bárbaros se asociaban en clanes, cada grupo con su propio líder montaraz.

En la parte este del mundo hyboreo, lindando con la hermosa Aquilonia, se encontraban subsistiendo arcaicos descendientes de la Era Thuria, los reinos Pictos. Tras el devastador temblor de la Tierra, las viejas llanuras reposaban cubiertas por una espesa vegetación, con sus moradores conviviendo de manera rudimentaria en tribus decadentes y dispersas a orillas del litoral, pero sin atreverse a entrar en las profundas aguas del océano. Solo se alimentaban de carroña, mientras compartían los bosques con bestias como dientes de sable.

Finalmente asentados en el sur, los maldecidos Reinos Negros, de interminables y mortales junglas, donde habitaban los temidos clanes de vándalos salvajes. Cuentan que son los más peligrosos de todo el continente, sacrificando a viajeros de manera monstruosa, quemando sus cuerpos con vida en devoción a sus dioses. Empero hubo una región cuya sola mención llevaba el pánico allí donde se aludía, la perdida Aquerón, donde se practicó una terrible brujeria. Según narran esas mismas historias, los satánicos nigromantes que allí asentaban, convocaron a los sagrados demonios del abismo cuyo poder no pudieron dominar.

Así llegó la época de Conan. La Era Hyboria cuya historia fue erigida sobre las cenizas y las ansias de supervivencia de otros pueblos, de otras tierras, tan esplendorosas como ella, tan llenas de pasión y salvajismo, pobladas también por el sonido de los aceros al cruzarse, el fragor del velamen en la tormenta, y los cascos de las monturas que se acercaban atronadoras...